«Papá está mucho en casa últimamente; en la oficina no tiene nada que hacer. No debe de ser nada agradable sentirse un inútil. El señor Kleiman se ha hecho cargo de Opekta y el señor Kugler, de Gies & Cía., la compañía de los sucedáneos de especias, fundada hace poco, en 1941.
Hace unos días, cuando estábamos dando una vuelta alrededor de la plaza, papá empezó a hablar del tema de la clandestinidad. Dijo que será muy difícil vivir completamente separados del mundo. Le pregunté por qué me estaba hablando de eso ahora.
—Mira, Anne —me dijo—. Ya sabes que desde hace más de un año estamos llevando ropa, alimentos y muebles a casa de otra gente. No queremos que nuestras cosas caigan en manos de los alemanes, pero menos aún que nos pesquen a nosotros mismos. Por eso, nos iremos por propia iniciativa y no esperaremos a que vengan por nosotros.
—Pero, papá, ¿cuándo será eso?
La seriedad de las palabras de mi padre me dio miedo.
—De eso no te preocupes, ya lo arreglaremos nosotros. Disfruta de tu vida despreocupada mientras puedas».
Diario, 5 de julio de 1942